Existen dos cosas en este mundo que me indignan, me cagan y me hacen pensar que 180 millones de años de «evolución humana» han servido para una chingada!!
Los seres más indefensos dentro de nuestra indigna historia evolutiva son los animalitos y nuestros niños. A los primeros los cazamos para alimentarnos de ellos y luego, hipócritamente, los capturamos para domesticarlos y darles una mejor vida (por así decirlo y más hipócritamente), hacernos de su compañía… ¿y a los segundos?
A nuestra descendencia, solo la hemos traido para preservar la especie y acompañarnos en la porquería que hemos construido «inconscientemente» (seguimos con hipocrecías): este «mundo moderno».
Yo creo que nuestros tatarabuelos los pitencantropus los cuidaban mejor aún en las peligrosas condiciones en que vivían al día para poder sobrevivir y claro está, por las fortuitas razones de que no tenían que hacerlo por dinero.
Hoy en día las cosas han cambiado al punto de rayar en la locura misma por no entender que esos seres indefensos, no tienen la culpa de lo que nos hemos convertido: Frankeinstains horrendos por un capricho «divino de imágenes y semejanzas» que en el fondo nos inventamos. ¡Maldito Dios que tooodo lo ve! ¡Lo odio por entrometido!
Pero vayamos al grano y como dirían en mí (¿tuyo, nuestro?) «pueblo», ¡A lo que te truje Chencha!: volvamos al título de este post… ¿Qué es un niño?
Existe un escrito al respecto de Rodney Collin (que sépa la chingada quién es!!) y dice más o menos así, enlace: ¿Qué es un niño?
¿Ya lo leyeron? Ok… Ahora vean estas fotos y me dicen si están de acuerdo:
Ahora, con los poderes que me confiere el hecho de hacer lo que se me da la regalada gana con ese «pensamiento» arriba redirigido e incrustado en un enlace, me dispongo a reconvertirlo. Espero que les guste y si no es así, al menos léanlo:
«Entre la inocencia de la pérdida de infancia y la indignidad de la madurez, encontramos una encantadora criatura llamada niño que tiene que chingarle para subsistir.
Los niños vienen en diferentes medidas, pesos y colores (todo eso no importa, igual sirven para trabajar), pero todos tienen el mismo credo: sufrir cada segundo, de cada minuto, de cada hora, de cada día y de trabajar silenciosamente (su única arma para sobrevivir) cuando el último minuto se termina y los padres los meten a la cama con la idea de que no coman mucho y trabajen más.
A los niños se les encuentra dondequiera: en la construcción, debajo, dentro, trapeando, cargando, chingándole o brincando para que no se les venga encima lo que no pueden cargar. Las mamás los esperan abnegadas, las niñas trabajan por igual, los hermanos mayores los toleran silenciosamente, y sin saber porqué, trabajan junto a ellos; los adultos los ignoran como siempre y el cielo los ha dejado de proteger.
Un niño es la verdad inescrutable, silenciosa y con la cara sucia de las labores que realiza y que no son propias para él; la belleza marchita con una cortada en el dedo, la sabiduría con el chicle en el pelo y la esperanza del fruto con una rana metafórica en el bolsillo esperando que el maldito destino solo sea otra metáfora más de su propio destino.
Cuando estás ocupado, un niño es un carnaval de ganancias perdidas, de ruido desconsiderado para la maldita codicia de los adultos estultos, molesto y entrometido por no dar más. Cuando quieres que dé una buena impresión lo exhibes como el mejor de tus trabajadores, su cerebro se vuelve de gelatina porque no ha comido ni descansado o se transforma en una criatura salvaje y sádica orientada a destruir su propia vida por no comprender el mundo y a su propia desdicha.
Un niño es una combinación –tiene el apetito de un caballo pero no come igual, la digestión de un traga-espadas por no tener otra cosa en la panza mas que punzadas, la energía de una bomba atómica porque si lo golpeas, trabajará más, la curiosidad de un gato acorralado cuando piensa en cómo escapar de su desdicha, los pulmones de un dictador para gritar en silencio su dolor, la imaginación de Julio Verne para escaparse en 7 mil leguas de infortunio imaginario, la vergüenza de una violeta lejana para saber que esa flor tiene un aroma que no ha de olfatear y solo puede aspirar a mirarla de lejos, la audacia de una trampa de fierro cuando se las ingenia a no seguir trabajando, el entusiasmo de una chinampina cuando explota dentro de sí para apagarse enseguida por no poder hacer nada y cuando hace algo tiene cinco dedos en cada mano para postergar todos su sueños, si para postergarlos unos minutos y seguir en sus labores propias de quien no las escogió.
Le encantan los helados porque se imagina ¿a qué sabrán?, las navajas para soñar que con ellas se cortan sus cadenas, las sierras porque jamás las han visto, las navidades que nunca disfrutarán, los libros con ilustraciones que solo se imaginan, las clases de música que les ofrecen los pajarillos que escuchan a lo lejos, las corbatas aunque no sepan para que sirven, los peluqueros ¿quienes son esos?, las niñas sí, sus compañeras hermosas que los acompañan en la desdicha, los abrigos ¿para qué sirven?, los adultos ¡detestables!… y la hora de acostarse, por fin a descansar…
Nadie más se levanta tan temprano, (solo ellos para seguir trabajando) ni se sienta a comer tarde porque no conocen otra hora después de caido el sol. Nadie más se divierte tanto con los árboles, perros y la brisa que los mismos que los han esclavizado. Nadie más puede traer en el bolsillo un cortaplumas oxidado, media manzana podrida, un metro de cordel, un saco vacío, dos pastillas de chicle masticado, seis monedas de ensueño, una honda fabricada con harapoz, un trozo de sustancia desconocida que tal vez sea tóxica y un auténtico anillo supersónico con un compartimiento secreto para escapar de la locura. ¡Todo imaginario!
Los niños son profundamente afectados por el ejemplo (Sí, de esta maldita realidad atiborrada de deseos), y en segundo término por las explicaciones que nunca les platican de su infortunio, cuando éstas son simples y claras: Tienes que trabajar para sobrevivir…
Lo más importante es que crezcan en un ambiente libre de negatividad, o sea: trabaja, trabaja, trabaja… e impulsados a tener confianza y a expresar su propio ser desmenbrado y amputado por la maldita codicia de este mundo.
Enséñalos a decir la verdad y después a que la callen, a ser honestos y sinceros pero siempre en silencio.
Eso es lo más importante… Oh sí!! Maravilloso mundo capitalista, maldita codicia, maldito dinero!!»
Preguntémosle a los niños de las fotos acerca de ese escrito: «¿Qué es un niño?»
Lo lamento, pero me adenlanté y contesto por ellos y sin pedirles permiso. Tal vez ellos sean menos mezquinos que yo, pero así lo veo, lo siento así por el alma de infante que creo aún conservar… 😦